La caída de Danny De Vito

Publicado por Pau en

La nota la leí en el bar. Danny de Vito había tropezado sobre el escenario. Fue durante la presentación de la película Dumbo en un teatro del DF. De chico vi Dumbo, me acuerdo bien, el elefantito volaba agitando sus grandes orejas dejando absortos a los animales que antes le habían hecho bullyng. La que yo vi era un dibujo animado y la que presentó De Vito está filmada con personas reales. Danny De Vito mide 1,47, en un país con un promedio de altura masculina de 1,77, él está un 20 % abajo. En la inmensidad del cosmos 30 centímetros no son nada, pero en un tipo son un montón. Hay un video en Youtube donde se ve como De Vito sube la escalera. Son seis escalones digamos de 20 centímetros de alzada, que para él son 24. Está habituado al esfuerzo, sin embargo, tropieza con el último y cae sobre el escenario. La caída es fuerte y se queda unos segundos inmóvil sobre el piso. Su pie había pegado casi sobre el borde, como si éste último escalón fuese más alto, o él repentinamente más bajo. Puede ser, pero pareciera olvidarse que siempre el último escalón es un doblez, un pliegue del piso. No sé si es el piso quien quiere irse por la escalera o si es ésta la que quiere subir y ser escenario. La escalera es el paso inestable y el escenario el pasivo soporte de la acción. La controversia es importante, la tensión entre quien quiere llegar y quien quiere irse no es poca cosa. Danny tal vez sintió eso, las ganas de no estar en ese lugar y al mismo tiempo la obligación de quedarse. Yo mido casi veinte centímetros más que Danny De Vito, sigo siendo bajo, pero soy mucho menos inteligente y bastante más feo. Nunca entendí por qué tres mujeres, extremadamente bellas e inteligentes, en algún momento se enamoraron de mí. No basta con verlo como una anomalía o un misterio de la naturaleza. Yo si fuese mina ni me miraría. Estuve indagando el tema buscándole una explicación lógica, tenía que haber un factor común. Después de años de torturarme, finalmente lo encontré, las tres habían subido al Huaina Picchu. Seguramente el misterioso polo magnético de su cumbre alteró sus emociones. Yo subí al Huaina hace muchos años y sentí, lo juro, que parte de mí se quedaba entre esas grandes rocas. Quizás nos unimos ahí, entre las nubes, y miramos los cuatro juntos la misteriosa ciudad de los incas, y nos fuimos en esas mismas nubes que por momentos lo tapan todo llevándose nuestras sombras hacia los Andes. Mi temor es justificado, todo encantamiento termina, y éste que vivo ahora me toma más débil, más grande. El tema es sustituir masa por pareja. “Si las masas aman sin ninguna razón, también odian sin ningún fundamento”. Esa fue la frase de Macbeth que me alertó. ¿En que momento su sombra y mi sombra se volverán gotas? ¿Qué pasará cuando ya no estemos juntos? Pero, estar y no estar, como le ocurrió a De Vito, son partes de una misma cosa. Las verdaderas potencias que se amenazan entre sí con sus mísiles nucleares, las que pueden convertirnos en polvo por sus rencillas, son las ganas de vivir y las ganas de morir. Prevalecen en mí las ganas de vivir, pero hay pequeños detalles que me alertan, el tropiezo en una vereda, por ejemplo. Los accidentes no existen, ésta debería ser una frase escrita en latín en los frontis de los Institutos de Traumatología. Las prepagas perfectamente podrían renunciar al tratamiento de casi todos los huesos rotos si se siguieran las leyes de la causalidad. Por suerte las distracciones y los fallidos no son considerados atenuantes a la hora de hacer un yeso. Yo creo que el monólogo de Hamlet, el del acto segundo, es totalmente inverosímil, nadie discute consigo mismo y menos con tanta precisión acerca de la posibilidad de pegarse o no un corchazo. Que me disculpe William pero lo expresó mejor y con menos palabras Cesare Pavese, “los suicidas somos asesinos tímidos” y se tomó luego unos letales somníferos. Lo de Pavese parece guiado por la eficacia de lo breve, contrastando también con la exageración barroca de Philip Dick, quien a pesar de tomarse 60 pastillas, cortarse las venas y encerrarse en su automóvil respirando monóxido de carbono siguió vivo. Es que la vida prevalece y, jugará siempre a su favor el tenerte todo el tiempo entretenido. Cuando no es una cosa, será la otra y si hay un bajón, unas ganas de no ser, ocurrirá algo y al rato ya se habrá olvidado. El problema, está en el inconsciente. La caída de Sergio Denis en el teatro Mercedes Sosa tuvo mucho de parecido a la de Danny De Vito. Los dos son tipos tomados por el arte. El arte es un okupa al que poco le importa el cuerpo que habita. Una vez que rompe el candado la suerte está echada. El cuerpo a veces se revela a las demandas de este ser insaciable, y entonces tropieza, o decide ser él quien abandona la casa. Sergio Denis subió la escalera que también tiene seis escalones, cantando, “te llamo para despedirme me voy no sé dónde ni cuándo”. Todo esto cantó antes de dar el paso en falso y caer dentro de la fosa. Ambos parecen haber querido irse y quedarse al mismo tiempo, ambos simplemente trastabillaron. El resultado de los tropiezos no depende del inicio del movimiento sino del final.

El Camino del Inca lo hice en cuatro días, cuando llegué a la base del Huaina Picchu, estaba exhausto. Tenía que subir inmediatamente, era el último turno, el de las dos de la tarde, siquiera podría visitar la ciudadela. Dudé, las piernas me temblaban y parecía imposible llegar hasta esa altura. Comencé a subir por el sendero donde las rocas hacían de escalones. Cuando comenzó a empinarse sentí que me faltaba el oxígeno, el vértigo que creía superado en la caminata, me detuvo. Los turistas pasaban como podían entre el precipicio y mi cuerpo que estaba agarrado con los brazos extendidos a un saliente. Una mujer se paró a mi lado y con suavidad tomó una de mis manos, me dijo que no le temiese a la vida, que ella me iba a acompañar, que respirara la energía de las rocas. Con mucho esfuerzo llegamos a la cima. Ahora date vuelta, me dijo. Comencé a llorar, la bruma se había abierto y debajo la ciudadela de Machu Picchu se veía imponente. Algunas nubes se adherían a los costados de la montaña, una de ellas subió un instante y ya no pude ver nada. Cuando se dispersó, la mujer no estaba. Fue ahí cuando sentí que una parte mía quedaría para siempre entre esas montañas.

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