Radios encendidas

En casa tenemos una radio en la cocina, y otra en el living. Mi esposa las enciende a la mañana y las apaga cuando se va a dormir. Es una costumbre que heredó de su madre, a mí no me molesta. Es una versión benigna de la inquietante radio en la cabeza pero a la que podés bajarle el volumen o cambiar de estación desde afuera. La cadena suele complementarse ocasionalmente con la Tablet en el dormitorio. En internet las radios tienen un pequeño delay, de tal modo que según el recorrido que haga suelo oír las mismas frases dos veces. Mi esposa atiende a sus pacientes por zoom desde la otra habitación, sin embargo, las radios quedan cuchicheando solas todo el día. Cuando llego les bajo el volumen pero no las apago hay algo de ritual, y lo ritual no me molesta, lo ritual ordena, apacigua, aplana, lo ritual además permite lo inestable, esa daga que corta la rutina sin matarla.
Ayer, mientras estábamos en la cama tomó una pose novedosa, se arqueó como un gato para besarme a repetición un único punto del cuello. “Sana, sana, colita de rana. Aquí está la tiroides” dijo, y volvió a la actividad. Hace un mes que estoy con hipotiroidismo y aún no se sabe la causa. ¿Puede ser la tiroides una zona erógena? ¿Puede ser esta extraña glándula con forma de molleja la exacta ubicación del eros? De todos los besos que dio en su vida, ¿cuántos fueron en la tiroides? Revisé el Kamasutra y nada dice del TSH o de la levotiroxina, sostiene el erotismo exclusivamente con variantes de extrañas posiciones de acople como “el balancín” o “la carretilla”.
El resurgimiento del amor me ha puesto un tanto celoso. No veo a nadie pidiendo pista, sin embargo, hay un tal Marolio que aparece todas las mañanas desde las radios. Sé que con Marolio no puedo competir, este Marolio tiene todo lo que a ella le gusta: ¡mate, café, harina y palmitos, yerba, mermeladas, cacao picadillo, paté caballa, arroz y arvejas, sardina, atún, choclo y lentejas! Y no solo eso, Marolio está siempre listo desde el comienzo del día y, si bien la
voz de la locutora pareciera inocente, a mí esa canción me suena como los tambores del ejército de Alejandro en Persia. Seamos honestos, a mi edad no puedo competir con esa vigorosa presencia, imposible cada mañana “darle sabor a su vida” como le propone Marolio. Ojo que a Mao le dio resultado la repetición de consignas, machacó y machacó hasta convencer a mil millones de chinos. Como para sondearla le compré una lata de arvejas Marolio, mi vida dependía del brillo de sus ojos. Me miró fijo, “¿todavía no sabés que a las arvejas las compro congeladas? “
Sería un error creer que las radios se encienden en casa para ser escuchadas. Yo creo que se encienden para que en la cocina y en el living no prospere el silencio. Su mamá las ponía cada día en los últimos años, cuando quedó sola en esa casita donde crió a sus hijas. Ella comenzó a encenderlas cuando su mamá murió. Las madres con las hijas tienen una comunicación tan especial que siquiera la muerte consigue diluir. Yo la entiendo, la radio es un murmullo, una charla liviana. La otra, la del recuerdo, la de la nostalgia, suele ser demasiado dolorosa.