“A la deriva” de Horacio Quiroga: la eternidad en tres líneas y por dos caminos
Publicado por Guillermo Portela en

Ilustración :: León Di Nardo Gorostidi (2010)
Texto :: Guillermo Portela
En julio de 1927, la revista Babel publica el “Decálogo del perfecto cuentista”. Un ensayo donde el escritor Horacio Quiroga enumera un conjunto de consejos básicos destinados a jóvenes narradores. Allí no solo deja claro en que literaturas abreva (Maupassant, Poe, Kipling, Chéjov), sino que también explicita algunas de las pautas que determinarán su estilo.
Ahora bien, el quinto mandamiento de este decálogo sentencia que, en “un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”.
Es posible afirmar entonces, como señala Carlos Mastrángelo (1980: 56), que ninguna de las narraciones de Quiroga cumple tan ajustadamente como “A la deriva”, publicado en Cuentos de amor de locura y de muerte de 1917, con sus propios principios técnicos. De esta manera, en este relato las tres primeras líneas y la tres últimas son primordiales, así como también, cada párrafo es la cuidada construcción de un universo en el que habita la opulencia de lo que calla y lo que enuncia, lo que sugiere y lo que aparentemente olvida.
Dicho esto, otra partida importante, se comienza a jugar desde el título, “A la deriva”. La “deriva” implica el devenir sin rumbo, un conjunto de fuerzas ajenas que se imponen a una falta de voluntad propia. Y ese “derivar”, si por un lado es la incerteza del destino, por el otro, es el preludio de la probable catástrofe. Pero, sin ninguna duda, su suculencia brilla en la pluralidad de caminos posibles que puede tomar alguien que simplemente “deriva” y qué, vencido o entregado, se encuentra a la merced del azar.
No obstante, y sin miedo a contradecirse, otro de los preceptos de Quiroga dicta que “no empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”. De esto debemos comprender que lo que “deriva” no es el cuento en su estructura y evolución; y mucho menos el devenir del personaje, del que dice, tómalo “de la mano y llévalo firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que le trazaste” (VIII mandamiento de su decálogo). Todo esto, tal vez, nos permita conjeturar que lo único que “deriva” en Quiroga es la multiplicidad de significados que se pone a disposición del lector.
La regla número VII del “Decálogo…”, “No adjetives sin necesidad”, queda evidenciada en el primer párrafo del cuento donde el narrador no se detiene a describir casi nada.
“El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque” (1980: 51).
En estas escuetas líneas, sin describirlo, “exigiendo de nuestra involuntaria colaboración imaginativa (como lectores) para que completemos lo que él apenas sugirió” (Mastrángelo 1980:56), donde menciona a una víbora más las palabras machete, picada y rancho, que no tardan en aparecer, el espacio queda perfectamente especificado: la selva.
De la misma manera y en la primera oración también se presentan personaje y conflicto. El primero, el personaje, es presentado en el comienzo como “el hombre”, simplemente como el genérico de humano. Esta ambigüedad deja entrever la fragilidad de la existencia del ser frente a la naturaleza. Está indefenso y es sólo un hombre, como podría ser cualquiera de nosotros. Esta endeblez queda bien evidenciada cuando se desata el conflicto: la mordedura. A partir de ese momento o, más precisamente, desde el primer verbo conjugado, “pisó”, hasta el último, “cesó”, el cuento no se detiene y el desarrollo sigue dos trayectos opuestos pero que irónicamente convergen en el final: uno exterior y descendente; otro interior y ascendente. El primero es el del hombre que se va apagando, descendiendo, en el camino geográfico y la vida a la vez, hacia el rancho primero y hacia el río y por el río después; y, el segundo, es el camino interior del veneno que crece, que gana el cuerpo del hombre del pie hacia arriba, y en el relato va de lo pequeño a lo grotesco. Así, “dos gotitas”, “dos puntitos violetas” pronto serán un “tirante abultamiento” y enseguida una “hinchazón del pie entero” con la carne desbordada “como una monstruosa morcilla” (1980: 52).
De tal forma, siguiendo estas dos líneas de análisis, descenso/ascenso o externo/interno, el hombre bajó hasta el rancho cuando el dolor como un relámpago ya irradiaba “hasta la mitad de la pantorrilla” (1980:51). Se comienza a deconstruir la historia personal del individuo, habla con su esposa Dorotea y es mencionado, ya no como “el hombre” sino, por un nombre propio, Paulino.
Cuando el veneno y los dolores “llegaban ahora hasta la ingle” (1980: 52) en su derrotero ascendente, el hombre, que “no quería morir” (1980: 52), siguió “descendiendo hasta la costa” (1980: 52) para abordar la canoa. En esta parte el cuento juega con la línea temporal, “el narrador y el personaje irán hacia atrás, mientras el tiempo de la muerte avanza, como si quisiera escapar de las circunstancias, antes de que la muerte lo sorprenda” (De Nigris 2010:1). A medida que Paulino muere nos vamos enterando de su historia, de su vida y forma de ser. En el momento que el malestar ya trepaba hasta el vientre que le “desbordó hinchado” (1980:53), llegó a lo de su compadre Alves y, por mucho esfuerzo que ponga, no podrá ascender hasta el rancho.
Acto seguido, Paulino volverá a hundirse “en el fondo de la canoa” (1980:53). Así, tendido en el calado esta vez, se encuentra sumergido el cuerpo del hombre cuando el narrador se detiene en la primera descripción del paisaje:
«El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte» (1980:53)
Quiroga supo hacer de este cuadro, que parece prescindible, algo útil al crear de ese lugar del Paraná “una suerte de fantástico ataúd, aumentando la tensión del cuento acentuando su carácter fúnebre y trágico” (Mastrángelo 1980:59). De esta manera, vocablos como fúnebremente, negros bloques, muralla lúgubre, silencio de muerte nos permite asegurar que ya se comienza a dilucidar el desenlace que el personaje ignora.
Pese a todo, el hombre sigue su lucha y otros recuerdos se posan en su cabeza. De estos fragmentos no podemos dejar pasar la mención de mister Dougald, el expatrón inglés del obraje. Esta remembranza conlleva la mansedumbre de los obrajeros, el servilismo como mandamiento, la humillación, la explotación, el hambre, la injusticia, el exceso de trabajo, la enfermedad y las condiciones de vida miserable que tan vehementemente Quiroga denunció en su cuento “Los mensú” de 1917. Por otro lado, la referencia al pasado de Paulino como mensú es el fiel reflejo de la alianza socio/industrial que había mentado la Generación del 80, “asimilar al gaucho al sistema productivo como peón u obrero, exterminar al indio” (Rotker 1999:210), y que, poco más de una década después, revivió la Generación del Centenario con una dosis del hispanismo (el espíritu de conciliación hacia España). Esto consistía en una política económica liberal que terminó de organizar un modelo agroexportador, compatible con la división internacional del trabajo impuesta por el Imperio británico.
Finalmente, llega la mejoría antes de la muerte, el narrador vuelve a detenerse en una última y lúgubre descripción: “Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular” (1980:54). No obstante, la intoxicación seguía su trayecto caudocefálico y ya arribaba helando “hasta el pecho” (1980:54). Para entonces, ambos caminos, uno ascendente e interno y otro descendente y externo, el del veneno y el del hombre están a punto de converger. Será, tal vez, ese el derivar, seguir luchando cuando ya se está muerto.
Bibliografía
– De Nigris, Paola (2010). “Análisis de “A la deriva” – Quiroga”. En Literatura para secundaria. http://paola-literatura.blogspot.com/2010/06/quiroga-la-deriva_28.html
– Mastrángelo, Carlos (1980). 25 cuentos argentinos magistrales. Buenos Aires: Plus Ultra.
– Rotker, Susana (1999). “Cuerpos de la frontera. La cautiva de Esteban Echeverría”. Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina. Buenos Aires: Ariel.