En tránsito

En el aeropuerto desciende la cigüeña con su pico arqueado por el peso, frena con sus alas y gira según le ordena el señalamiento. Deposita su carga en la canasta y sobre ella deja el remito y la factura.
Pasajero en tránsito y un sello.
Alguien grita: ¡Anestesia o Muerte!
Un reflector ilumina el primer acto, la cabeza, el olor de los líquidos y las babas. Risas, llantos, da igual. La cigüeña repara las plumas de sus alas y vuelve a la pista. Algún día las cigüeñas harán paro, sciopero, strike.
Quieren tener la potestad de las visitas, ya no confían en las madres, dicen, y presentan un petitorio ante las autoridades aeronáuticas.
Todo niño deberá soldar su mollera y en ese plazo, se analizará su costo y estado. MercadoLibre da treinta días para su devolución sin cargo, las cigüeñas, no. No se aceptan reclamos. Si se cayese la mollera, se toma al niño de los pies y colgado con la cabeza hacia abajo, se le palmean las plantas, se le introduce entonces el pulgar por la boca y se le acomoda la mollera en su lugar (ver tutorial).
La mujer lustra sus pezones, los pezones serán los ojos que el niño buscará toda la vida. Los pezones que no existen se reemplazan por goteros y la leche por Blemil Plus. Las cigüeñas saben que el niño no las conoce y que pasará su vida buscando la mirada de leche, pero ellas tienen derechos, dicen, y hablan del vuelo y del despegue. La suerte de las armas es variable le escribe Liniers a Beresford en 1806, en el siguiente siglo Lacan explicará que no se habla en esas cartas de la reconquista de Buenos Aires, sino de la incerteza del destino y Nietzsche homologará la suerte de las perdidas y reconquistas al mito del eterno retorno. El niño tiene los días contados, un temporizador indica el plazo de estadía, pero al reloj lo tienen las cigüeñas. Damocles cuelga una espada sobre su cabeza, y Alejandro decide morir joven y glorioso. No todos intuyen la cuenta regresiva, los hampones entienden el juego mejor que los probos.
La nave nodriza abre sus puertas y pequeños vehículos espaciales se dispersan. Las cigüeñas presentan un pedido de revinculación y es denegado. ¡Todo el poder a los pezones! Un emisario de las cigüeñas visita a Margaret Atwood y le entrega un papel, en él está escrito un argumento. Por las calles embarradas un pibe camina mientras piensa en una pizza de jamón y morrones.
Las cámaras de vigilancia dan testimonio del paso del tiempo, todas juntas arman la historia de una ciudad con pocas anomalías, los detectives y los del canal 26 a veces las analizan buscando discordias. Siempre habrá discordias en la pasividad de la siesta. Se mira en el espejo de las vidrieras y mientras se arregla algo, el pelo o la falda, constata que está viva. Me clavan el visto. Los mensajes del wasap van y vienen, hay tanto por decir. Las cigüeñas presienten los finales y piden al menos una foto, jamás se las muestran. Donde hay una necesidad nace un derecho, dice la pancarta de las cigüeñas que son rápidamente reprimidas, las cigüeñas se reagrupan y, en vuelo rasante, enfrentan a la guardia de infantería.