El gato azul

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En 1972 Roberto Carlos presenta en el festival de San Remo una canción de la que no entiende la letra. Canta “El gato que está triste y azul” sin tener idea de que quiere decir esto, no hay gatos azules. La canción no gana nada, sin embargo, el público –tal vez presintiendo lo que escribiría Gustavo Girri, esto de que, “a la poesía no se la define, se la reconoce, la adopta como favorita. La canción tiene dos versos inquietantes: 

Desde que me dejaste yo no sé
Por qué la ventana es más grande sin tu amor 

Tal vez vivían juntos en un monoambiente y ahora que ella se fue se convirtió en un dos. Entonces, ¿había una protohistoria en la pareja y esta era la lucha por el espacio? Entendería el silogismo si se refiriera al interior del placard, pero se refiere a la ventana y esto no tiene nada que ver con el espacio, tiene que ver con la poesía. Claro que ese espacio podría ser simplemente el sitio metafórico donde ocurre el terrible proceso de la desvalorización. Sin vos, soy menos, me disminuyo, sólo vos definías mi verdadero tamaño. Entonces la duda es si el conflicto está en el espacio exterior o en el espacio interior, ¿o ambos son un único espacio?

Ciento cincuenta años antes de este festival de San Remo, Kobayashi Issa escribía un haiku: 

de no estar tú 
demasiado enorme 
sería el bosque 

Los haiku son información poética condensada; “cortito y al pie”, diría mi tía Coca. “No existe la originalidad y su búsqueda es una pérdida de tiempo”, dice Fabián Casas, y pareciera tener razón, pues en “Romance de Curro El Palmo” Serrat cantaAy mi amor, sin ti mi cama es ancha” yendo en el mismo sentido que la ventana y el bosque. Hace unos meses fui solo a Montevideo y me alojé en un pequeño apartamento del Palacio Salvo con una increíble vista a la Plaza Independencia. Está en el piso nueve, donde el cuerpo del edificio comienza a afinarse hasta terminar más arriba en un faro. El ambiente es muy chico, sin embargo la cama es una king de 2 x 2. Fue decorado por una mente exquisita, todo parece reglado en las proporciones áureas, es tan perfecto que si dejás algo desordenado comenzás a sentir mareos, es como si tu remera tirada en el piso operase como un nuevo planeta en nuestro sistema solar. Fui a Montevideo a dar una clase y aproveché para terminar unos cuentos en los increíbles bares de la ciudad. La primera noche volví muy cansado y me acosté en mi lugar de la cama, a babor. Entre los primeros acuerdos de una pareja está el lado que cada cual ocupará en la cama. A veces se encaja como en un Tetris y otras este sitio será disputado ferozmente como si fuesen territorios ricos en tierras raras. Esa primera noche me acurruqué y dormí respetando los pactos de la convivencia, no extender los brazos, no darse vuelta demasiadas veces y sobre todo mantener las piernas en línea con el torso. Antes de dormirme, iluminado por la tenue luz que venía de la noche, pude ver un territorio enorme a mi lado derecho, una estepa deshabitada, un horizonte infinito. La noche siguiente después de la clase volví muy excitado. Siempre quedo alterado después de dar un taller, son tres horas de estar al palo en ese estado áurico que te deja forfai. Semidormido, comencé a deslizarme, y de a poco crucé la frontera invisible de las camas matrimoniales. La tercera noche dormí en diagonal. A la mañana siguiente, bajé del otro lado, a estribor. Es muy hermosa la sensación de conquistar  nuevos territorios y, mientras pensaba a lo Neil Armstrong –un pequeño paso para…”–, al apoyar mi pie izquierdo en el piso sentí un pinchazo agudo como si me hubiesen clavado una aguja de tejer en el talón. Levanté la pierna instintivamente y un goteo de sangre comenzó a salpicar las sábanas, que debo decir eran de fino hilo y muy blancas. En el piso de pinotea, surgiendo desde el plastificado, un pequeño clavo estaba tal vez desde hacía cien años esperando mi pie. Le avisé a la dueña y me indemnizó regalándome un libro espectacular sobre el Palacio Salvo. 

Rastafaris de Brixton
Mayo de Paris
El octubre rojo
Los sin tierra en Pekín

Volverán los caminos
Hacia la rebelión
Cantaremos de nuevo
Sangre y revolución            

dice la canción de Vendetta. ¿Acaso intenté emanciparme y estaba la caballería cosaca esperándome con sus filosos clavos? ¿Es que puede haber revoluciones lideradas por tu inconsciente ya podrido de tus vacilaciones? Me alarmé al pensar que cuestiones de los sueños generen respuestas en el mundo real. El pie sanó rápidamente y, mientras esperaba el Buquebus en el puerto, me puse a hojear el libro Divino Salvo. Los palacios Barolo y Salvo son una suerte de gemelos nacidos con seis años de diferencia. Las gestaciones en la arquitectura tienen sus propios tiempos. El Barolo está armado sobre la idea de la Divina Comedia, y el Salvo, sobre La Naturaleza. El libro tiene una impresión hermosa, decenas de fotografías que van desde la inauguración del edificio en 1928 hasta el presente. Una foto de las últimas páginas me resultó inquietante: en ella, una mujer muy parecida a mi esposa, desde el balcón del departamento que yo había alquilado, mirando hacia su interior parece sonreírse mientras señala algo en el piso. El mundo real y el imaginario tal vez sean un único mundo, esto explicaría los gatos azules y los clavos que esperan a un pie por cien años. Estos dos mundos se complementan, lo que no resuelve la realidad lo hace la poesía; después de todo, saber cuál es tu lado no es poca cosa, si yo duermo a babor y ella a estribor significa que los dos sabemos cuál es la proa, es decir, hacia donde navegará la cama después de nuestros insomnios cuando por fin logramos dormir.

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